Baltasar Carlos, el Rey de España que no pudo ser

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Imaginemos por un momento que nos encontramos en el siglo XVII, una centuria en la que los síntomas del declive español y su imperio eran más que patentes… pero sin embargo y a la vez también se podría decir que éramos la potencia más grande y temida. Imaginemos igualmente  una sociedad que no concebía si no como algo religioso el hecho monárquico y que sentía un respeto reverencial por la figura del Rey. Establecido este contexto, podemos hacernos una idea de lo que supuso para el imperio hispánico el nacimiento en 1629 del un príncipe varón. Sobre todo si era tras haber tenido cuatro hermanas antes, tres de las cuales murieron antes de cumplir un año.

Semejante acontecimiento fue el nacimiento del príncipe Baltasar Carlos, heredero de nuestro imperio e hijo de Felipe IV y su primera esposa la Reina Isabel de Borbón, y saludado en su momento como la garantía de que Dios estaba de nuestra parte para mantener la hegemonía mundial en el futuro. Era mucha la preocupación que suponía asegurar la sucesión masculina, sobre todo en una familia en la que los niños moría fácilmente. Por eso no es extraño que al margen del Te Deum que la corte celebró en la Capilla Real, el propio pueblo de Madrid lo celebrase con fuegos artificiales y hogueras en las calles.

El Rey no quiso que nadie hiciese un retrato del príncipe antes que su admirado Velázquez. Por ello esperó a que el pintor regresase de uno de sus viajes a Italia para que se llevase a cabo. Sin duda prueba tanto del exquisito gusto artístico del monarca como de su aprecio por el artista. El caso es que Velázquez retrató varias veces al príncipe y de su pincel hemos heredado la mayor parte de las imágenes que tenemos hoy en día del heredero. En estos cuadros se nos presenta como un niño encantador, aplicado pero a la vez como majestuoso, sin duda reflejo del futuro que le esperaba como monarca de la Casa de Austria. Y es que no se esperaba menos de la considerada esperanza del imperio.

La caza y la equitación fueron dos de sus mayores aficiones, aunque algunos expertos apuntan que no necesariamente debieron de serlo porque a veces si así aparecen los príncipes retratados es porque la caza y la equitación se consideraban prácticas necesarias para un futuro buen Rey, ya que lo ayudaban a instruirse en los manejos de la guerra. Sobre la afición de Baltasar Carlos a la caza tenemos bastantes referencias. Sabemos que el príncipe alanceaba jabalíes desde niño y con bastante destreza, motivo por el que todos quedaban admirados. Por otra parte, tenía dos galgos que le envió como regalo desde Lombardía su tío y hermano de su padre, el Cardenal Infante Fernando de Austria. Incluso en su testamento dejó a uno de los bufones que tuvo, el enano Don Sebastián de Morra, un juego de espadas, dagas y otros instrumentos de caza. Sin duda porque debió de apreciarlo bastante.

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La afición de Baltasar Carlos por la equitación nos sirve para trazar la importante relación que mantuvo con el Conde Duque de Olivares y valido del Rey, Don Gaspar de Guzmán. Él fue quien lo enseñó a cabalgar y lo hacía muy bien gracias a sus enseñanzas, debiéndose probablemente al Conde Duque el regalo de la jaca que montaba el príncipe y con la que aparece retratado en varios cuadros. Y es no hay que dudar del sincero afecto del valido por el príncipe y de éste por el aristócrata, pero probablemente también era debido a que ambos no se separaban casi nunca. Algunos historiadores indican que el príncipe recibió el nombre de Baltasar porque fue intención desde su nacimiento ponerle el nombre de un Rey Mago, como había ocurrido con el Conde Duque. Se sorteó y salió Baltasar, aunque en el caso del  valido el que salió en suerte fue el del Gaspar. Lo cierto sobre esta relación nos ha quedado fundamentalmente por cartas y testimonios de extranjeros que visitaban o pasaban por la corte de Madrid. Todos contaban lo extraño de que el Conde Duque ocupase en el Alcázar de Madrid las estancias destinadas normalmente al príncipe heredero, y que no se permitiese a Baltasar Carlos tener casa propia. Este último extremo fue uno de los motivos incluso se arguyeron en el futuro como causa de la caída en desgracia del valido de Felipe IV. Quizá por ello el pueblo no se creyó la salida de Don Gaspar de Guzmán de la corte de Madrid hasta que no se vaciaron las estancias del Alcázar ocupadas por éste, para que fueran definitivamente ocupadas por el príncipe Baltasar Carlos. Pero la caída del Conde Duque no supuso el cese definitivo de la influencia del mismo sobre el príncipe. La Condesa de Olivares, Inés de Zúñiga y Velasco, fue el Aya del príncipe y se mantuvo un tiempo más a su servicio tras prometerle el príncipe al valido que así sería.

Cuando se produjo la separación definitiva del príncipe y el Conde Duque, Baltasar Carlos tenía trece años. Hay cartas que lo describen a esa edad como muy inteligente e incluso capacitado para entender y hablar varias lenguas. Son muchos los testimonios que han quedado de quienes le conocieron y que pronosticaban que podría haber llegado a ser un gran Rey. Baltasar Carlos ostentó en su persona los mismos títulos que el actual heredero de la Corona Española, Don Felipe de Borbón. Las Cortes de Castilla le juraron fidelidad cuanto tenía dos años en 1632, el 1645 recibió en Zaragoza los títulos del Reino de Aragón y finalmente en 1646 –poco antes de morir- recibió en Pamplona de los navarros en título de heredero. Era por tanto Príncipe de Asturias, Príncipe de Girona, Príncipe de Viana, Duque de Montblanc, Conde de Cervera y Señor de Balaguer.
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Respecto a su muerte, acaecida a los diecisiete años en Zaragoza, parece que todo se conjugó en aquel momento en el imperio hispánico, como anunciando el fin de nuestra hegemonía. Al menos así se interpretó en su momento, en el mismo sentido que su nacimiento se explicó como todo lo contrario. Tan sólo dos años antes, en 1644, había muerto de parto su madre la Reina Isabel de Borbón. El Rey Felipe IV estaba sumido en la desesperación y aún no se había recuperado cuando falleció su heredero. Después de la jura en Pamplona de Baltasar Carlos como Príncipe de Viana, regresó la Familia Real a Zaragoza para pasar unos días. El príncipe se sintió mal, le fueron diagnosticadas unas viruelas gravísimas y recomendadas unas sangrías, que se le practicaron.

De la gravedad del padecimiento del príncipe y lo que podría suponer su muerte sabemos por las cartas que el Rey envió a su confidente y amiga, la famosa monja Sor María Jesús de Ágreda, la religiosa de la que se cuenta era capaz de conseguir la bilocación o estar en dos sitios a la vez. El Rey tenía fuertes sentimientos de culpa y creía que todos los males suyos y de su familia eran debidos a sus pecados amorosos y sexuales fuera del matrimonio canónico con la Reina. Su hijo Baltasar Carlos parecía haber heredado el desenfreno amoroso de su padre y lo manifestó desde su pubertad. Quizá por eso estando en Zaragoza, su ayo de entonces, Pedro de Aragón, le proporcionó una mujer a quien se le atribuye el contagio de la enfermedad durante las relaciones carnales con ella. Así al menos lo contó Pedro de Aragón, quien no se atrevió a contarlo hasta después de la muerte del príncipe. Sin duda por saberse en parte responsable. En cualquier caso las sangrías que se le practicaron durante el breve tratamiento, tan habituales en la época, no hicieron otra cosa que  empeorarlo hasta su fallecimiento.

Cuando el fatal desenlace se produjo el Rey creyó enloquecer. El príncipe Baltasar Carlos estaba en el momento de su fallecimiento prometido a su prima Mariana de Austria y se sabe, por cartas manuscritas del propio príncipe, que este compromiso lo tenía muy contento. Pero el matrimonio no se llegó a celebrar, el Rey estaba viudo y en la corte sólo tenía quedaba una hija viva, la Infanta María Teresa, que se llegaría a casar con el Rey Luis XIV de Francia y de la que desciende la actual Casa Real Española. Tras la muerte de Baltasar Carlos al Rey Felipe IV no quedó otra que volverse a casar y lo hizo con la prometida de su heredero, Mariana de Austria, a la sazón su sobrina pues era hija de su hermana la Infanta María Ana y del Emperador de Austria Fernando III. Era un matrimonio donde la consanguinidad estaba elevada a la ‘enésima potencia’, sin duda el paso definitivo hacia la extinción de esta dinastía, que se produciría unos años más tarde con el hijo de este nuevo matrimonio, el Rey Carlos II, apodado “El hechizado”.

El príncipe Baltasar Carlos está enterrado en el Pabellón de Infantes del Monasterio del Escorial y de él nos han quedado hermosas imágenes, debidas las más importantes a los pinceles de Velázquez. De todas ellas me quedo con la que lo retrata como cazador, acompañado por uno de sus galgos. Aunque también está ese otro de sus cuadros en el que aparece sobre su jaca, con porte regio. Sin duda que él y su hermana, a la que no conoció, la Infanta Margarita de “Las Meninas” y la que ya dedicamos un post, fueron los modelos más ‘deliciosos’ del pintor sevillano. El rostro angelical del príncipe anunciaba un futuro distinto para su dinastía, pero este Rey que no pudo ser marcó son su fallecimiento el práctico final de su estirpe.

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