La "plebeyización" de las Monarquías

The wedding of Prince Rainier III of Monaco, Louis Henri Maxence Bertrand de Grimaldi, to American actress Grace Kelly, known thereafter as Princess Grace.  Original Publication: Picture Post - 8336 - The Hour Of Marriage - pub. 1956 (Photo by Joseph McKeown/Getty Images)

Sin prisa y sin pausa, de las dos formas, las monarquías europeas han entrado en el siglo XXI en un proceso de ‘plebeyización’ –sirva la palabra-, del que ya no las salva nadie. Aunque no creo que pretendan ser salvadas. Pero sí deben ser advertidas, añade quien esto escribe. Y me explico.
Tan claro como un día de verano se me antoja –entiendan la cursilería- que no estamos en disposición de obligar a nadie a casarse con otra persona sin estar enamorado/a de ella. Dentro de estas personas están incluidos los integrantes de las monarquías. Por tanto a ellos, como a los demás, el amor puede llamarlos por los caminos más insospechados. Incluido a Alberto de Mónaco, quizá el que ha encontrado a su paso los caminos más retorcidos. Aunque dentro de una moderación, el camino cambiante que más comparten las monarquías desde hace unos cuantos años es el de la elección de plebeyos como consortes de los príncipes y reyes titulares.

La primera en entrar en liza fue Grace Kelly, una estrella de Hollywood que fue ninguneada por la realeza de la época –nadie importante fue a su boda- pero que demostró poder estar a la altura y desde luego ser más distinguida que la mayor parte de los que la despreciaron. Quién iba a pensar entonces que décadas más tarde no se viera mal que la futura Reina de Noruega fuese una madre soltera de vida alocada; y que la futura Reina de la católica España fuese una divorciada. Entre la primera y las segundas, todas las monarquías han incorporado plebeyos/as como la australiana Mary de Dinamarca, la argentina Máxima de Holanda o la cubana María Teresa de Luxemburgo. En algunos países ya llevan dos generaciones de bodas con plebeyos como Suecia con Silvia y Daniel, o Noruega con Sonia y Mette-Marit (el mismo caso se da en Japón con Michiko y Masako).
Se dan también casos en los que antes de entrar un plebeyo en la familia, se ha pasado por un aristócrata o príncipe de rango menor. Son los casos de Dinamarca con el Conde Enrique de Monpezat y Bélgica con Fabiola, Paola y Matilde. También el de Holanda con Bernardo de Lippe y Claus von Amsberg. Inglaterra ha alternado entre los consortes a príncipes reales con aristócratas, pasando por el escándalo mayúsculo de Wallis Simpson –que no llegó a formar parte de la familia- y Camilla Parker-Bowles –que pertenece en cierta forma a la aristocracia-. Si finalmente Kate Middleton se casa con Guillermo de Gales, será la verdadera primera plebeya consorte inglesa que reinará.
Respecto a las casas no reinantes, más o menos siguen los mismos parámetros. En Rumanía la princesa hedera Margarita está casada con un actor de su misma nacionalidad, Radu Duda. En Bulgaria el Rey Simeón se casó con la aristócrata española Margarita Gómez-Acebo y su hijo con la plebeya Miriam Ungría. El Rey Constantino de Grecia casó a su hijo Pablo con la plebeya pero muy rica Chantal Miller. Y en Francia Jean de Orleáns se casó hace pocos años con la aristócrata española Filomena de Tornos.
Entre todos los casos, dos destacan en los extremos de la tendencia generalizada de entrada de plebeyos en las monarquías: uno por defecto y otro por exceso. Por defecto Liechtenstein, donde después de las aristócratas Gina y María reinará como consorte la única princesa real por nacimiento de esta generación actual de príncipes herederos. Se trata de Sofía de Baviera, casada con Alois de Liechtenstein. En la parte del exceso de ‘plebeyización’ tenemos a Italia, donde por si fuese poco el descrédito que su conducta y desmanes conlleva, el pretendiente al trono Víctor Manuel de Saboya –casado con la vulgar esquiadora suiza Marina Doria— ha visto como su hijo Emanuel Filiberto participa en los más abyectos programas de la televisión italiana. Culminándose todo con el futuro debut de la actriz francesa Clotilde Courreau –consorte de E. Filiberto- en el famoso cabaret parisino Crazy Horse.
Un mundo el que existe entre Liechtenstein e Italia. Pero entre ellos hay un centro en el que la entrada de plebeyos debe ser aprovechada para una mayor cercanía de estas formas de Estado con la población de sus países. Así entiendo que lo han aprovechado la mayor parte de las monarquías. En el mismo sentido, esta mayor cercanía no debe lindar demasiado con lo raso. Y aquí está la advertencia. Medir cómo mostrarse cercano sin pasarse es complicado pero tiene que hacerse. La monarquías no pueden permitirse el lujo de perder esa ‘magia’ que siempre las ha caracterizado. Deben seguir mostrando elementos ‘inaccesibles’ ya que son parte de las ‘armas’ de seducción que como representación de un Estado utilizan ante el mundo, unas ‘armas’ que la hacen partir con ventaja frente a la república según pienso. Por una vez y sin que sirva de precedente, pienso como ese odiado ‘experto’ –eso dice él- en monarquías: ‘plebeyización’ sí, vulgarización no.

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