Qué poco hemos cambiado

PALMA DE MALLORCA, SPAIN - AUGUST 08:  Prince Felipe of Spain (L) and King Juan Carlos of Spain attend the 28th Copa del Rey Mapfre Audi Sailing Cup Awards Celebration at Ses Voltes Cultural Center on August 8, 2009 in Palma de Mallorca, Spain.  (Photo by Carlos Alvarez/Getty Images)

Recomiendo a todo el interesado la lectura del artículo de opinión de Manuel Ramírez, aparecido el diario ABC el pasado 20 de julio. Expone en el mismo la conveniencia para España de una monarquía como forma de Estado, poseedora como es del elemento continuador que todo país necesita cuando es de carácter tumultuoso –y el nuestro lo es un rato-. Asimismo ejemplifica lo poco que hemos cambiado, citando para ello las palabras que el Rey Amadeo de Saboya refería en su carta de renuncia al trono de España. Estas palabras hacían referencia a las peleas entre los partidos y la poca claridad a la hora de la búsqueda de verdaderas soluciones para el país.

En éstas estamos hoy y resulta de lo más chocante incluso comprobar cómo dentro de este desbarajuste hay algunos que se permiten hacer carnaza del tema, haciendo creer que hay toda una corriente generalizada que solicita la renuncia o abdicación del Rey Juan Carlos –que de las dos formas lo he escuchado-. Y yo me pregunto: ¿quién las pide, qué corriente generalizada?. ¿La que yo llamo de los dos extremos?. Ésa que tiene en un lado a los republicanos por fastidiar y en el otro la postura de los que no se acaban de enterar que estamos en democracia y que el Rey no puede intervenir en política porque no tiene poder de facto. Sea como fuere, en lo no cabe duda es en que las posturas políticas más extremistas de nuestro país pueden sin duda estar de acuerdo en buscar el menoscabo de la monarquía en España. Su ideario político es totalmente contrario, pero ante todo son radicales y ya sabemos que los extremos se tocan tanto que se necesitan, pues la existencia de uno justifica la del otro y viceversa.
Estas dos posturas extremas son las que más daño han hecho a la monarquía en España. En las últimas legislaturas hemos tenido sobrado ejemplo. La presidencia de José María Aznar hizo todo lo posible por erosionar la figura del Rey como máximo representante del Estado. Numerosas veces se refirió a Don Juan Carlos con tintes despectivos que en cierta forma daban a entender que quien mandaba no era precisamente el monarca. ¡La diplomacia al suelo! Ya sabemos que no manda, pero no hace falta exponerlo al público de forma tan clara.  ¡Un poco de tacto!. Y lo de Botella como ‘segunda Primera Dama’, figurando en actos en los que estaba la Reina Doña Sofía… ¡Bofetón sin manos!. Puede pensarse que son sólo opiniones de esta servidora –que lo son- pero si hacemos memoria se asemeja el tema bastante a lo narrado en la  entrada “Otro Borbón incómodo”.
Si cruzamos la frontera política, lo hecho por la ‘diplomacia zapateril’ no ha sido mejor. En este caso, no sé si por falta de experiencia, atolondramiento, búsqueda de protagonismo o cesión de favores a la izquierda más radical; pero lo cierto es que el monarca español y su familia se han encontrado en las situaciones más inverosímiles. Situaciones que en muchos casos han perjudicado a la imagen del país y por ende a la monarquía. Como en aquella ocasión  en que la Infanta Doña Cristina fue saludada por Obama en un discurso durante un acto, creyendo que estaba presente y no lo estaba. Para entonces Zapatero no había conocido en persona al Presidente de los Estados Unidos y parece que sólo él podía ser el primero. Ya sabemos todos que ningún miembro de la Familia  Real puede realizar ningún acto de representación de España sin el consentimiento del Gobierno de turno. Caso aparte merecen los ‘personajes’ con los que se ha debido encontrar el Rey en audiencia o similares, sólo por decisiones políticas poco acertadas del Gobierno, encabezados por Hugo Chávez y el resultante ¿por qué no te callas?.
Hasta ahora Don Juan Carlos ha sabido capear el temporal con brío, pero mucho me temo que los que exponen como algo real la petición de abdicación de grandes sectores no buscan precisamente  el bien de Felipe de Borbón y Grecia, su sucesor. A él también le tocará nadar entre estas corrientes peligrosas.

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